4 feb 2010

La Ley de la Gravedad: todo lo que sube tiene que bajar.

Ente denominado Flash. Lindo, morocho, ojos verdes, un típico chico sexy que calentaría a cualquiera. Pero que no los compre su envase.
En mis vacaciones del año pasado con mis amigos, conocimos a Flash en un bar mientras tomábamos unos tragos. Nadie me había avisado que ese trago en particular se pasaba como agua y hacia su efecto al levantarte. Entre Flash y yo nos reíamos mientras nos agarramos al caminar para no caernos, y entre risas y caídas se cruzaron unos besos borrachos. Él era nativo del lugar, así que nos indicó el camino de regreso. Y aunque se quedó a dormir en casa, no pasó nada; pero como yo no me quedo con las ganas de nada, volví a vacacionar en ese lugar meses más tarde.
Lo encontré y nos pasamos el celular. Y mientras miraba mi novela de las 20hs lo invité a dormir nuevamente a mi casa. Llegó, dijo que estaba cansado y dejé mi novela al comenzar el comercial. Se fue a acostar, ocupo toda a cama, y me pidió que le vaya a hacer unos masajes; típica iniciativa seductora que claramente terminaría en sexo. Aunque eso depende a qué le llama sexo cada uno. Llegué, le hice masajes durante dos minutos de reloj, giró y me beso. A penas nuestros labios se rozaron, increíblemente el estaba muy excitado. No dudó un instante, estiró la mano y agarró un forro que previamente había dejado muy prácticamente acomodado debajo de la cama. Lo abrió con los dientes apresuradamente, se lo colocó en un abrir y cerrar de ojos, y me la metió sin haberme rozado siquiera. Es decir, yo estaba menos caliente que un pingüino en medio del Perito Moreno. Los crujidos de la cama fueron dos, y su comentario fue: “¡No te la puedo creer!”. Lo mire sorprendida pensando que quizás, en una de esas, se había pinchado el forro, pero no, era algo mucho peor que eso. Flash había acabado. Se lamentó más tiempo de lo que duró el sexo, mucho no me importó, porque de todas formas ni siquiera había llegado a entibiarme. Me vestí, se vistió, y se fue. Prendí la tele y seguí mirando mi novela, de la cual solo me había perdido la mitad del comercial.

2 feb 2010

Misión imposible.


Me agrega una persona de mi entorno, denominada Mr. Cagón, al MSN. Comenzamos a hablar sobre pelotudeces hasta que las conversaciones tomaron un color de “confianza sexual”, ya no era simplemente un “hola, ¿cómo estas?”, era más, era un:
Abril – ¿Así que estás enfermo?
Mr. Cagón- Si, necesito una enfermera que me cuide.
Abril - ¿querés que sea yo? ¿Dónde te duele?
Mr. Cagón- en la panza, pero quizás viene de mas abajo. ¿Sentís?
Abril- Necesitaría sacarte los pantalones para sentir.
Y ya se imaginaran como siguen, o mejor dicho, como terminaban. Eran horas y días de conversaciones de ese tipo. Pero cuando estábamos solos cara a cara en algún lugar, no me dirigía ni la mirada, por Ernesta, su actual novia, la cual respondía los mensajes de texto que yo le mandaba a él. Pero algún día tenía que dirigirme la mirada o algo más, e iba aprovechar esa oportunidad, como aquella vez en esa fiesta del campo.
Estaba en el fondo, dentro de la carpa, con Mr. Cagón y un amigo suyo antipático e histérico. De pronto y por suerte, se va dejándonos a Mr. Cagón y a mi solos con un porro, mucha losa compacta por la carpa cerrada y una locura importante, todos los factores para que ocurran las mil y una cosas que era obvio que queríamos, o por lo menos que yo quería.
Respiramos toda la losa, y le dije que quería corroborar como latía su corazón, le marque el ritmo del latido y el quiso corroborar el mío, pero no se quedo solo en el lugar del corazón si no que con sus manos y su lengua recorrió mis tetas insinuando lo evidente, giré y comencé a besarlo, me empezó a calentar y yo a él. De repente se calla, mira para atrás, y me hace señas de que haga silencio porque había alguien detrás de la carpa, me quedo callada por un instante rogando que termine el silencio y tener sexo.
Me mira fijo y después de un silencio incomodo, me dice: “ya fue”
Entonces digo: “si, ya fue”-atino a sacarme la remera y me para...
-ya fue, estoy con Ernesta, no da que le haga esto- me quedé mirándolo, rogando que me diga que era un chiste y me dé el mejor sexo o quizás el primero de mi vida. Ya había pasado algo, ¡ya esta! Seguí, agarrame, estoy entregada, estoy abstinente, quiero sexo.
Y así como si nada se fue de la carpa…sin decir una sola palabra más. Pero no me iba a rendir, no esta vez. Solo tenía que esperar otra oportunidad.
Y ahí lo fiché, se estaba por acostar en ese pequeño espacio que encontró y yo quería estar ahí, abrazada a él, que me toque, tocarlo, besarlo, que me bese, ¡tener sexo de una buena vez!
Sí, desesperada por el sexo parezco, y bueno, quizás sea cierto. No puede ser que nunca se termine de concretar después de los 30mil intentos.
Y así fue, me acosté a su lado y le hice masajes como para “alivianar” las cosas, ¡y lo logré! Él comenzó a tocarme nuevamente, y yo a tocarlo, todo parecía maravilloso como antes, todo arrancaba como antes, perfecto. Pero la perfección no existe, y el maldito aborto de ballena de Ernesta tenía que atravesar su mente y quemar definitivamente mi ilusión de tener sexo esa noche. Pero el chabón esta vez no se levantó y se fue, sino que me puso la condición de que para dormir con él, nada mas ni nada menos, debía dormir con la cabeza a sus pies, es decir, fumarme el olor a mierda que expedían y aparte tener la humillación de estar en los pies de un hombre. Pero bueno, su miembro estaba cada vez mas cerca mío, o a lo mejor seguía a la misma distancia, pero como lo miraba desde abajo lo sentía mas cerca. Seguí intentando convencerlo. Con mis manos, con los pies, y hasta con mi ombligo, pero nada le sacaba la horrible imagen de Ernesta de la cabeza. Era como tener una pesadilla. ¡Imagínenme intentado excitarlo tanto hasta hacer que se olvide de su novia! Pero nada resultó. Él giro, se agarro el pito como si fuera un calzón de castidad, y se puso boca abajo. Hinchada de lo caliente en ambos sentidos que estaba, no me quedó otra que dormir.